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Entrevista a Benjamín Prieto, socio de Andersen, Director de la oficina de Valencia y del área de Derecho Procesal, Concursal y Arbitraje

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Las Provincias entrevista a Benjamín Prieto Clar, socio de Andersen in Spain, Director de la oficina de Valencia y del área de Derecho Procesal, Concursal y de Arbitraje de la firma sobre su cargo y qué es la profesión para él

Los pasos de Benjamín Prieto quedan amortiguados por la moqueta que cubre el suelo de las oficinas de Andersen en Valencia, un lugar donde reina el silencio entre cristales translúcidos y pasillos luminosos, donde todo es blanco y se quiere transmitir sensación de profesionalidad, pero también de bienestar. Es curioso que los despachos de abogados sean cada vez más unos lugares donde reina la calma, donde se utilizan los espacios de una forma subliminal; quien tiene problemas legales necesita esa paz que ya comienza dándole el entorno, donde además nada está fuera de lugar. También en Benjamín Prieto, delegado de Andersen en Valencia y uno de los abogados más brillantes de la ciudad, todo está en orden, desde su forma de vestir hasta sus palabras, que transmiten seguridad y a la vez una empatía que -dicen- es marca de la casa.

–Volvamos atrás, a la universidad. ¿Tenía vocación?

–Yo en realidad quería ser médico, en concreto psiquiatra; de hecho llegué a compaginar Medicina con la carrera de Derecho y soy abogado de milagro. El estudio tampoco me generó vocación, y cuando yo terminé la carrera entré a trabajar en una empresa, Taugres. Tenía 23 años, no me acababa de convencer lo que hacía, así que probé el ejercicio. Ahí me enamoré de la profesión, me fascinó pensar que podía rogar justicia, hasta el punto de que no quiero dejar de seguir pisando tribunales. Y eso que es muy antipático, que haces muchas esperas, te dan cita a las diez y entras a las doce, te vas a Madrid a un juicio y se suspende...

–Usted tenía su propio despacho. ¿Por qué aceptó la oferta de Andersen?

–En realidad, primero dije que no. Efectivamente, a mí me iba muy bien en mi despacho, tenía una libertad absoluta y con cincuenta años veía muy complicado moverme a una estructura que tiene muchas reglas de funcionamiento, ciertos patrones de conducta... pero como es un halago que te llamen de un despacho así vine a escuchar. 

–Y dijo que sí.

–Inicialmente no lo vi, pero me fueron convenciendo y es verdad que estaba en una etapa vital que lo haces ahora o no lo haces nunca más. Es muy bonito tener un despacho propio pero sientes algo de soledad, porque si viene un cliente con un problema en un aspecto legal que tu no dominas miras a los lados y no tienes a nadie que te apoye. Así que pensé: ‘voy a arriesgarme, ahora o nunca’. Y no me arrepiento para nada.

–Dicen que cuida a su gente, que no es habitual a un nivel tan competitivo.

–Yo siempre digo que lo que no puedes retribuir con dinero lo tienes que hacer con cariño. Con muy buen ambiente de trabajo, con un horario que haga compatible la vida profesional con la personal, haciendo todas las excepciones que sean necesarias en función de las circunstancias personales, sabiendo ser muy flexible para que la gente se sienta muy cómoda. Y le digo que cuando yo entré éramos cuatro en procesal y ahora somos 24, y que en los seis años que llevo aquí nadie de mi equipo se ha marchado.

–¿Funciona entonces tratar bien a los trabajadores?

–A mí me parece una cursilería decir que esto es una familia. No, la familia la tienes en tu casa, y aquí se viene a trabajar. Y tampoco tenemos por qué ser los mejores amigos dentro, pero así y todo el ambiente es espectacular. 

–Usted es delegado de la oficina en Valencia, socio de la firma, director del área de Procesal en Andersen España... ¿La gestión le absorbe?

–Cada vez hay una parte más importante de gestión, pero yo siempre digo que no quiero perder mi parte de abogado, por dos razones: la primera, porque me encanta y la segunda porque para dirigir un despacho de procesal o sabes lo que es el día a día o pierdes el contacto con la realidad. Para mí lo bonito de la profesión es sentarme en el estrado. Por mucho tiempo que lleve entro con nervios, no por lo que vaya a hacer yo, sino porque si algo sale mal a mi cliente lo pueden meter en la cárcel, o se puede quedar sin piso, o lo pueden tirar de la empresa. Cuando empieza el juicio no tengo hambre, ni sed, ni ganas de ir al baño, me da igual que sean las dos, las cuatro o las seis. Solo estoy pendiente en tratar de que se haga justicia.

–Para alguien que le gusta anticipar y mantener el control puede ser muy complicada una profesión que depende tanto de las decisiones de otras personas.

–Hay una situación que es desesperante para mí. Cuando tienes razón, suficientes pruebas y fallan en contra. Ese juicio que pierdes no compensa los diez juicios ganados con anterioridad. El que pierdes siempre te parece una injusticia. Y yo lo paso mal.

–¿Hay que ser empático para ser abogado?

–Quizás no sea tan necesario para ser un buen tributarista pero en procesal sí. Hay que decirle a una persona que quizás se enfrenta por primera vez a un tribunal cómo tiene que ir vestido, qué le pueden preguntar, cómo tiene que actuar. Ponerte en su lugar, intentar que venza sus temores, prepararlo para el escenario en el que se va a encontrar y hacer un poco de psicólogo para que vaya más preparado.

–¿También creativo?

–Cuando llega un asunto y está complicado, mi primera impresión es que no tengo nada que hacer. Luego empiezo a pensar -y aquí estamos hablando de pura imaginación y creatividad del equipo- y lo que podía darse por perdido se le da la vuelta completamente.

–Es importante la curiosidad.

–Se aprende mucho tanto de las cosas que salen bien como de las que salen mal. Y, sobre todo, se aprende de los demás. Lo importante es tener la humildad y la falta de soberbia necesaria para reconocer lo bueno que tienes enfrente, ya sea de un abogado, de un fiscal o del juez. Y esas me las apunto para mí.

–¿Usted es la demostración de que las vocaciones también pueden ser tardías?

-Creo que la gente tiene vocación desde pequeños por el mundo de derecho es porque lo han vivido en casa. Es el ejemplo de mis hijos.

–¿Le ha complacido que le hayan seguido los pasos?

–A mí me hubiera gustado que hubieran estudiado otra cosa, porque de alguna forma te obliga a ser tutor de lo que van haciendo, te piden consejo y aunque es verdad es que los dos son muy independientes, sé lo que se van a encontrar por delante.

–¿Y si algún día se los encontrase en una sala en el banquillo de enfrente?

–Todavía no me ha pasado con mis hijos, pero sí con amigos, y la realidad es que facilita el encuentro, que el asunto se pueda resolver amistosamente. Pero si no es posible, esto es como un partido de fútbol; antes de empezar se dan un abrazo y, después, a por todas.

–¿Es difícil encontrar el equilibrio cuando hay tanta implicación profesional?

–Aquí no hay nada sin sacrificio. A un determinado nivel de responsabilidad es inevitable el sacrificio en la vida personal, y yo trato de compensarlo. Suelo irme a una hora razonable, sobre las ocho u ocho y media. A partir de ahí estoy en casa con mi mujer y mis hijos, pero sigo trabajando unas dos horas más, y también lo hago así los fines de semana. Es inevitable y tiene que compensar, pero a mí me compensa con creces. Eso sí, hay que hacerlo con inteligencia para que las dos partes lo noten lo mínimo posible.

–No es fácil.

–Sí, pero nunca he deshecho un plan de ocio, un viaje, una cena familiar, los partidos de pádel. Creo que son muy necesarios y hay que mantener esos espacios a salvo.

–¿La persona que está con usted le entiende?

–Mi mujer es mi novia desde los 17 años, y ha vivido todo conmigo, desde mis dudas profesionales, mi vocación de médico... siempre me ha apoyado y es la primera que lo comprende, si no es imposible. Si no, llega el divorcio. Es muy importante saber que en casa todo está bien, que están contigo.

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