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La regulación de la IA o cómo mantener cerrada la caja de Pandora
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En algunas ocasiones la aceleración de los tiempos hace que una misma generación viva y al mismo tiempo lidere una transformación tecnológica disruptiva que cambia las cosas para siempre. La IA no es una tecnología más, sino que viene a cambiar nuestras vidas. El lanzamiento de Chat GPT 3, un chatbot de inteligencia artificial generativa, es la mejor prueba de esta disrupción. A las pocas semanas de su lanzamiento en noviembre de 2022 ya tenía 100 millones de usuarios que han podido comprobar la potencia y facilidad de uso del sistema. La inteligencia artificial se transforma de repente en algo real, usable y tremendamente útil, señalando un camino brillante hacia un presente lleno de generación de conocimiento y de transformación digital.
Al mismo tiempo, aparecen las primeras alarmas acerca del lado oscuro de esta innovación. Se enumeran los riesgos asociados a un uso malicioso de tan poderosa herramienta: manipulación de los sistemas democráticos, sesgos, aceleración de ciberataques, potenciación de la desinformación, usos criminales, vulneración de los derechos fundamentales, posible deterioro de los derechos de los creadores, y un largo listado de males culminados por la posible irrupción de una Inteligencia artificial autónoma, sin control humano y con sus propias dinámicas, lenguaje y propósitos.
En definitiva, la caja de Pandora de la IA podría liberar todos los males imaginables según conocidos intelectuales y científicos, entre ellos algunos de los más implicados en el propio desarrollo de la IA. Todos piden de forma reiterada que exista una regulación legal, lo cual llama poderosamente la atención ya que los abanderados de la tecnología y, en algunos casos, de la obsolescencia de los estados como estructuras caducas, se vuelven hacia ese mismo estado para pedir que la ley regule esta nueva realidad. La UE ya ha iniciado ese proceso; hace pocos días conocimos una nueva versión del Reglamento de IA por parte del Parlamento Europeo. Además, en Estados Unidos estamos asistiendo a numerosos e interesantísimos hearings en el Congreso con el único objeto de configurar esa regulación.
Ante este estado de cosas, la primera pregunta que cabe hacerse es si es necesaria una regulación de la IA. La respuesta es que esa regulación es imprescindible y urgente. Necesitamos normas jurídicas que establezcan lo que no se puede hacer con la IA.
A este respecto, Europa y Estados Unidos deben crear un marco legal que permita limitar los impactos negativos y los usos prohibidos de la IA y aplicarlo, porque sabemos que otras potencias geopolíticas no van a emprender ese esfuerzo de limitar la tecnología, protegiendo a las personas y sus derechos fundamentales.
Sentada esta premisa toca plantearse cómo debe ser esa regulación. El punto de partida es que la regulación no ahogue la innovación y el avance de esta tecnología. Hay que alcanzar un fino equilibrio entre la prevención de los riesgos y permitir la investigación y aplicación de la IA. Otro aspecto fundamental es evitar los mismos errores que se cometieron en los años 90 a la hora de regular el ciberespacio: se han de evitar restricciones que favorezcan sólo a los gigantes de la economía digital. Ya tienen el control de las redes sociales y la computación en nube. Su poder es inmenso y no se debería reforzar con el control total sobre la IA. Por tanto, es el mercado el que deberá decidir, pero no debe ser la regulación la que favorezca todavía más esa tendencia a la concentración de poder digital.
Por otra parte, la regulación debe establecer diversos mecanismos de control público, una autoridad responsable, y mecanismos de control ciudadano que sean articulados mediante canales de participación. Los estados van a tener que contar necesariamente con mecanismos de colaboración público-privada ante la ausencia de capacidades públicas suficientes en estos momentos para supervisar de forma eficaz este sector de actividad en plena eclosión. Así mismo, no se deben imponer restricciones exageradas al uso de estos sistemas por parte de las autoridades para perseguir el delito o preservar la seguridad nacional. Los sistemas de IA ya forman parte de los arsenales de los actores maliciosos en el ciberespacio y las autoridades públicas deben poder utilizar esas mismas herramientas para combatirlos, siempre sometidos a los controles propios de un estado de derecho.
Además, será necesario articular mecanismos de verificación en toda la cadena en relación con la ciberseguridad y la procedencia de los datos. Para ello, la mejor herramienta es la de la certificación y la auditoría, que permite que un tercero imparcial compruebe el ajuste al marco regulador y a los estándares fijados. Hasta que el reglamento europeo sea aprobado, sería necesario publicar ya un código de buenas prácticas en materia de IA que permita dar certezas a la hora de desarrollar esta tecnología y bajar así al nivel más accionable.
En cuanto a las limitaciones a los desarrollos de la IA, la propuesta de reglamento europeo acierta cuando procede a clasificar los distintos sistemas según su nivel de peligrosidad para la sociedad y las personas, concentrando las restricciones sólo en los sistemas de riesgo prohibido y alto. La premisa debe ser la flexibilidad en la regulación puesto que esta no debe ahogar la innovación y contemplar futuros desarrollos aún por conocer. Por último es esencial desarrollar un sólido y bien articulado régimen de responsabilidad legal, especialmente por lo que respecta a los daños que pueda causar la IA o su funcionamiento defectuoso.
Cuando Pandora abrió la caja y todos los males del mundo fueron liberados, sólo la diosa Elpis quedó dentro. Elpis era la diosa que representaba la esperanza para los seres humanos. La regulación de la IA deber ser esa caja donde la fuerza creadora de la IA sea contenida, potenciando lo mejor de esta tecnología. No seamos pesimistas y bajemos al detalle de intentar regular con acierto. Lo que nunca debemos perder de vista desde la perspectiva de los sistemas demo-liberales es que la tecnología está al servicio de las personas y su esfera de derechos inalienables, no al revés. Menos todavía, la tecnología debe estar al servicio del estado para eliminar la libertad de los ciudadanos de forma masiva e indiscriminada. Por ello la UE debe liderar, como en otras ocasiones, un esfuerzo mundial por establecer las reglas del juego de la IA. Tendrá que ser ella, ya que no se atisba en el horizonte ningún otro actor geopolítico en condiciones de hacerlo en este momento de forma urgente y bienintencionada.
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